DOMINGO
CARATOZZOLO
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La Drogadicción Desde que viene al mundo el individuo necesita de otros para poder sobrevivir, dada la inmadurez biológica y psíquica que presenta al nacer. No puede moverse para procurarse los medios de subsistencia y ni siquiera sabe que es lo que precisa. Pasará mucho tiempo para que pueda relacionarse autónomamente con el medio y mientras tanto otros tendrán que suplir sus falencias. O sea, necesita de otras personas que se interesen por él, con lo cual ese interés pasa a constituir una prioridad, su principal alimento psíquico; la falta de este interés pone en riesgo su estabilidad. Para el bebé, el peligro que teme es la insatisfacción, que sus tensiones de necesidad se incrementen y no esté la madre a su lado para satisfacerlas, puesto que el solo es impotente para calmar su excitación; la amenaza para el bebé es la ausencia de la madre, puesto que ella tiene los pechos que lo alimentan, las manos que lo limpian y acarician, los brazos que lo mecen, o sea, todo lo que calma, da placer y ofrece bienestar. Ante la emergencia de necesidades, la presencia de la madre constituye un bálsamo y su ausencia una fuente de inquietud, malestar y odio. Durante los primeros tres meses el bebé no habrá aprendido todavía que cuando la madre se aleja va a regresar. Para él la madre está presente o no está. Su percepción no es todavía una percepción discriminada. Ausencias y presencias constituyen un organizador del psiquismo infantil y de la estructuración psíquica del sujeto humano. Si el hambre y las tensiones de necesidad se hacen intolerables surge el odio hacia aquello que no viene a calmar su excitación dolorosa. Cuando la mamá aparece, tranquiliza al bebé, lo amamanta, lo acaricia, aleja el temor y el dolor e instaura el bienestar. Mamando satisfecho, el bebé reencuentra la capacidad de poder tolerar las ausencias reales que lo privan de la satisfacción inmediata. Es lo que conocemos como capacidad de esperar que gira en torno de los tiempos y modos de las ausencias y los encuentros con los padres. En líneas generales, el niño aprende a relacionar encuentros con placer y ausencias con displacer. A medida que el bebé se va familiarizando con las formas-sensaciones cuyo acercamiento y alejamiento, presencia y ausencia aprende a percibir y a deslindar de sus deseos, se va constituyendo su desarrollo psíquico. Poco a poco aquel mundo de los tres primeros meses va tomando características menos catastróficas, la adquisición de las dimensiones de tiempo y espacio le permite ir estableciendo concomitantemente relaciones de contigüidad, diferencias y semejanzas. Todo este proceso depende estrechamente de la relación con los padres. Aunque los dos padres intervienen, el papel de la madre durante los primeros meses es relevante. Constituye para el niño una experiencia dual y contradictoria: la ilusión de una relación casi incondicional, sin separaciones ni pérdidas, indiscriminada de sí y también la primera experiencia de discriminación cuando la madre se acerca, se aleja, cuando gratifica o frustra. Depende de la actitud de la madre -apuntalada eventualmente por el padre-, que el bebé tenga momentos de contención adecuada en su afán inextinguible de satisfacción. Apartándolo al terminar la mamada, reemplazando la leche por caricias y contacto corporal, colocándolo en la cuna, podrá lograr que desde un estado de indiferenciación psíquica casi total pueda ir aprendiendo a reconocer diferencias y semejanzas en sus sensaciones. Una discriminación que le permitirá reconocer a los padres como totalidades autónomas respecto de sí mismo y de sus deseos. Mamá y papá se reconocen juntos y presentes, pero también a veces están juntos y ausentes, entonces pueden no volver, y si no vuelven recomienza el miedo. Teme perecer de hambre, de falta de contacto, de odio, de celos, de displacer. Y ante el conflicto que se le presenta entre los impulsos que desea satisfacer y la realidad que le frustra, apelará a lo que lo rodea al servicio de atenuar o abolir el dolor psíquico que le causa la situación de abandono. Cuando el bebé mete sus dedos en la boca chupeteando desesperado, amenazado por el hambre y la vivencia de exclusión caracterizada por miedo, odio y deseos de tranquilidad, logra un instante en que se "satisface" a sí mismo, en que se siente Dios. Tiene la sensación de que moviendo la mano, usando el movimiento de su cuerpo, cambia su destino. Es sólo un instante, pero basta para sentir que ya no necesita nada. El reino de la imaginación, de la fantasía, ha tomado un lugar en el drama del lactante, y desde su trono de "puro placer" regirá en mayor o menor medida durante toda la vida. Así también, en la adolescencia, los sueños diurnos le brindarán la oportunidad de triunfar y humillar a sus enemigos, conquistar a la chica a la que teme acercarse, realizar proezas y conquistas. El individuo puede así negar la existencia de una realidad cotidiana amenazante o frustrante, construyendo versiones fantásticas que le permiten ilusionar, soñar despierto y desconectarse de la realidad, aliviando su dolor psíquico. Otra forma de defenderse consiste en dividir entre lo que duele y lo que no duele, entre lo que resulta bueno para él y lo que resulta peligroso. La división que hace el bebé del mundo en partes o aspectos buenos, protectores, acogedores y en aspectos malos, agresivos, dañinos, es la primera experiencia de organización mental, es una primera experiencia de discriminación que se desarrollará a través del proceso evolutivo que convierte al niño en adulto. Así, apoyándose sobre modelos de funciones corporales tales como la micción y la defecación elabora fantasías de expulsar fuera de sí aquello que es doloroso y displacentero. A su vez, la experiencia de alimentación le da apoyo a las fantasías de incorporar aquello que le produce vivencias de satisfacción. Esas experiencias organizativas de la realidad le permitirán distinguir de una realidad confusa y caótica, aquello que puede representar un peligro para su integridad física y psíquica de aquello que conviene para su satisfacción y goce, lo en fin, los aspectos buenos y malos de la vida y como resultante final un código de pensamiento y conducta que regirá su existencia. Pero el bebé va aprendiendo que lo bueno no es tan maravillosamente bueno; por ejemplo, la mamá que lo satisface, que lo colma, también lo hace sufrir, esperar hambriento o con la cola irritada: entonces a través de su relación con el mundo y de su evolución neurológica y psíquica irá integrando la figura bondadosa de la madre con aquella otra figura que odia por el sufrimiento que le hace padecer. O sea, va produciendo experiencias integradoras que van a ser hitos importantes para el reconocimiento de la realidad, para su relación consigo mismo y con los otros, la percepción del mundo conteniendo aspectos agradables, que llenan de satisfacción y aspectos que causan dolor y sufrimiento. Va adquiriendo una visión más realista de su entorno familiar-social. Aprende que las personas tienen cosas muy agradables para ofrecerle, tienen capacidad de ternura, posibilidades nutricias, contienen su dolor, acompañan, pero también frustran sus deseos, se alejan, se pueden desinteresar momentáneamente de él, entran en relaciones con otras personas que despiertan celos, pueden hacerle sufrir sentimientos de exclusión, abandono, desamparo. Él mismo tiene capacidad de querer, de sonreír, de agradecer y a la vez puede odiar, envidiar, rechazar. Estas experiencias integrativas son claves para el desarrollo del aparato psíquico, pues implican un conocimiento de la realidad en sus aspectos buenos y malos y un reconocimiento de la propia persona conteniendo aspectos negativos y positivos. Como habíamos dicho, un modelo de funcionamiento tiende, en la vida psíquica, basándose en funciones corporales tales como escupir y defecar, a expulsar todo aquello que produce dolor, sufrimiento, rechazando de esta manera los aspectos displacenteros, de la realidad, negando y repudiando con ello la realidad misma. Este modo de funcionamiento lo podemos llamar omnipotente, pues provoca de una manera mágica el alejamiento de aspectos y sectores de la realidad que son negados, que no son reconocidos. De esta manera se adquiere un poder sobre la realidad que aleja al sujeto de las posibilidades de conocerla, tolerarla y poder actuar para modificarla. Todos necesitamos en algún momento recurrir a esta función para aliviar nuestro dolor, para aminorar nuestros padecimientos, en fin, para poder sobrevivir en situaciones de intensa tensión y ansiedad. Pero si esta forma de funcionar deja de constituir un alivio circunstancial para convertirse en un modelo mental predominante, donde el uso de la omnipotencia está siempre dispuesta a ahorrar el paso del sujeto por situaciones dolorosas, estamos en presencia de lo que llamamos enfermedad mental. Este sentimiento de omnipotencia que lleva a la negación de la realidad, repudia la existencia de padres separados del sujeto, con una vida propia, con sus propias necesidades e intereses; el niño da por sentado que quienes lo rodean deberán actuar como funciones útiles para su supervivencia, al servicio de calmar su dolor y tensión psíquica en forma incondicional. En vez de seres humanos con visicitudes propias y vidas independientes, las personas que lo rodean cumplen la función de proteger, la función de solucionar problemas e imprevistos. La actitud general del niño y futuro adolescente será la de alguien profundamente incapaz de reconocer la existencia de un mundo fuera de sí mismo y consecuentemente, de tolerar esperas y frustraciones, su conducta será tiránica y despótica. La espera introduce al niño en la dimensión temporal, en el devenir de los acontecimientos, pues la inmediatez de la demanda no puede ser atendida. El bebé llora de hambre, la mamá lo escucha, se despierta, prende la luz de su habitación, mira la hora y piensa que su hijo tiene hambre, se incorpora, se calza y se dirige a la habitación de su bebé, cuando se acerca le habla con voz tranquila y le dice: ya te voy a dar de comer, por qué gritás tanto? Prende la luz de la habitación y mientras le calma con sus sonidos, prepara la ropa para cambiarlo, pues piensa que está sucio y no le gusta molestarlo después de haber mamado. Lo lava, lo cambia, lo acomoda para la mamada. Ha transcurrido un lapso de tiempo entre el reclamo del niño y el momento de la satisfacción. Si este lapso no es muy prolongado, esta experiencia repetida infinidad de veces, introduce al bebé en la dimensión temporal, la necesidad de la espera y la esperanza de la satisfacción postergada. Este aprendizaje es importantísimo para la vida psíquica del individuo, puesto que la realidad consiste en esperar para lograr objetivos. El sujeto aprende que tiene que implementar una serie de conductas hasta lograr la meta ansiada. El que su demanda no sea satisfecha en el momento, le enseña que él solo no puede llenar sus necesidades, que necesita de otro, la madre, lo cual le lleva a discriminar entre el yo y el no yo, entre el yo y el mundo, pues no existe un individuo aislado, así como no existe un sujeto sin historia, historia que lo constituye. Podemos pensar al hombre (Dupetit, 1978) como aquellas muñequitas rusas que al abrirlas encontramos otra y al abrir la siguiente otra y así sucesivamente. La muñeca mas grande, la que contiene a todas, nos permite representar el producto final: el adulto, al cual podemos llamar adulto independiente, o mejor aún, adulto dependiente, pues el adulto está inmerso en un mundo familiar y social del cual depende para su supervivencia y para la satisfacción de cualquier necesidad, pues el hombre es un sujeto social. Otra muñeca puede representar el aspecto infantil que reconoce la dependencia de los padres y de otros adultos para la supervivencia, para las experiencias de goce, de satisfacción y fundamentalmente para el desarrollo y crecimiento de sus posibilidades humanas. Y también encontramos otra muñequita a la que llamaremos el aspecto infantil omnipotente, aquel que no tolera la espera, que concibe un mundo para su goce, para gozar ya y ahora, que repudia la realidad en cuanto ésta contiene aspectos displacenteros ¡y vaya si los tiene! Dupetit (1978) considera que el interjuego entre estos aspectos de la personalidad determinará el futuro del sujeto humano. Es así que el aspecto infantil omnipotente invita al individuo a negar la necesidad del otro, el devenir temporal, la existencia del otro independiente. El aspecto infantil dependiente y el adulto dependiente, se hallan ligados en un punto común: el reconocimiento de la dependencia del medio humano. El predominio sostenido del aspecto omnipotente de la parte infantil de la personalidad, implica el sometimiento paulatino de los otros aspectos a sus demandas. Su presencia, con características diversas, se da en todas las enfermedades mentales, la adicción a las drogas es sólo una de las posibles expresiones conductales de esta dependencia adicta. En la medida en que el aspecto omnipotente prevalece, el individuo trata de obtener un control sobre el no yo, sobre la realidad, de manera tal que ésta le brinde placer, que esté bajo su control y a su servicio; como vemos una postura tiránica sobre la misma. Es fácil comprender que aquello que menos se presta al control omnipotente son las personas, puesto que éstas tienen una vida autónoma, pueden alejarse, desaparecer, o sencillamente no atender las demandas del sujeto. El ejercicio del control es mucho más sencillo y fácil ejercerlo sobre una pastilla que el individuo lleva en el bolsillo y puede usar cuando se le antoje o sobre una botella de alcohol que por su característica de accesibilidad está siempre ofreciéndose a la demanda. Lo que varía es el objeto de la demanda: en el adicto de drogas, drogas, en el adicto a funciones, ser alimentado, vestido, amparado económicamente, comprendido, justificado, etc., en forma incondicional, es decir, sin exigencia de retribución y haga lo que haga. Como vemos en esta descripción, se trata de convertir a las personas en cosas, se les quita vida, se las inanimiza, para de esta forma, poder ejercer un poder y dominio sobre ellas. Una manera drástica de reducir el contacto con el otro es reemplazarlo por drogas. Lo que estoy tratando de demostrar es que la dependencia adicta es un fenómeno mucho más generalizado que el de la adicción a drogas, pero va a brindar a esta última el soporte fundamental. La drogadicción es un fenómeno que necesita para instalarse la existencia previa de una personalidad adicta. Voy a tratar de ejemplificar; hace algunos años atendí en Barcelona a un hombre de 35 años, quien había consultado a un psiquiatra que le había medicado e indicado la conveniencia de psicoanalizarse. Este paciente venía a consulta a raíz de un episodio muy violento con su mujer: ésta se había negado a tener relaciones sexuales, lo cual le había irritado de tal forma, que quiso someterla a la fuerza, desgarrándole las prendas. Este hecho alarmó sobremanera a su mujer y a él mismo, por lo cual decidió consultar. El paciente observaba una conducta tiránica con su esposa a la cual trataba de controlar restándole autonomía e independencia. Tenía instalada la oficina en su casa, lo cual le permitía un control bastante amplio sobre las actividades de ésta, las llamadas telefónicas, sus salidas, etc. La mujer representaba para el paciente un objeto que servía para aliviar sus estados de tensión, para satisfacer su demanda de compañía, sus necesidades sexuales, alimenticias, etc. El trabajo que realizaba le exigía viajar cada tanto a Madrid, donde la empresa para la que trabajaba tenía la casa central: la ausencia del hogar se extendía por una semana aproximadamente. Me manifestó que los viajes le causaban malestar, que se le hacían insoportables, que no veía la hora de volver. En algunas ocasiones, habiendo viajado en coche, se veía impulsado a acortar su estadía fuera del hogar de inmediato, por lo cual regresaba en avión, con el consiguiente trastorno. Él percibía que le desesperaba la ausencia de su mujer, que se le tornaba intolerable. Aquí podemos observar claramente, cómo nuestro paciente se encuentra en un estado similar al estado de abstinencia del drogadicto. El mismo impulso irrefrenable al objeto de la adicción, la misma tensión psíquica a la cual debe buscar un alivio inmediato. Este paciente tenía una fórmula -quizás un poco extraña- para calmar sus estados de tensión. Consistía ésta en llevar consigo una prenda de su mujer en el equipaje. El contacto con esta prenda solía aliviarlo (y lograba tranquilizarlo) durante los primeros días de ausencia. Esta conducta nos señala el desplazamiento que se produce desde la figura de su mujer-objeto a la prenda, donde la cosificación ha avanzado un poco más. Con todos estos trastornos prosigue su vida, hasta que se produce un cambio que rompe esta estabilidad enfermiza. Su mujer es invitada por un tía a acompañarle en un viaje, a lo cual ella accede y el paciente no encuentra argumentos para hacerla desistir, más aún cuando va a estar ausente sólo unos días. Estando fuera del hogar, esta señora puede experimentar un sentimiento de libertad y autonomía que le hace tomar conciencia de la pérdida progresiva de independencia que había sufrido en su matrimonio. A la vuelta del viaje, comienza a oponerse a las conductas tiránicas, negándose a los requerimientos sexuales cuando no lo desea. Esto determina continuas rencillas y reproches por parte del marido: que no lo quería, que pensaba sólo en sí misma, que había otro en su vida, etc., hasta llegar a la agresión que motivó la consulta. Esta intolerancia y agresividad provocada por la autonomía del otro, por las dificultades en tiranizarlo, por el fracaso de la posesividad, es típico de los drogadictos que caen en la criminalidad para conseguir la droga que les procura el alivio de sus tensiones de necesidad y confirma el sentimiento omnipotente de dominio y control de la realidad. El especialista al que mi paciente consultó le había recetado fármacos para aliviar sus estados de tensión. Luego de unas entrevistas me dijo: no tomé el medicamento, me sentí bien y pude dormir tranquilo, formulando la misma observación en las dos sesiones siguientes. En otra posterior me dijo que si bien había abandonado los medicamentos, sospechaba que se estaba haciendo adicto a mí. Esta opinión inteligente, mostraba que el paciente estaba comprendiendo aquello que le sucedía: una oscilación de sus adicciones, a su mujer, a un objeto que la representaba, a los medicamentos, a mí. Me comentaba un médico al que tengo en mucha estima, acerca de un paciente que fue atendido durante años debido a una severa arteriopatía periférica. Esta persona era un fumador empedernido y, a pesar de que se le recomendó repetidamente que debía abandonar ese hábito, pues corría riesgos extremos, él siguió fumando. En el transcurso de los años sufrió de sucesivas amputaciones en sus extremidades inferiores y superiores. El médico que lo había atendido dejó de verlo durante un tiempo, hasta que un día lo encontró en la calle sobre un carrito que hacía avanzar con sus muñones y con el vaivén de su torso. Al reconocerlo le preguntó: "¿qué puedo hacer por usted?" la respuesta fue: "Por favor doctor, póngame un cigarrillo en la boca y enciéndamelo". También la gravedad de muchos de estos cuadro nos invita a pensar que la autodestructividad, el imperio de Tánatos le gana la partida a la pulsión de vida representada por Eros. La personalidad adicta va a tener un sinnúmero de posibilidades de elección que el medio le va brindando. Sirva como ejemplo este caso de ninfomanía. Estando en el servicio militar y desempeñándome en la enfermería, tuve la ocasión de informarme, a través de soldados que tenían un infección genital, que a la noche solía entrar al cuartel una jovencita que tenía relaciones sexuales en el jardín, tirada en el pasto y en la oscuridad con todos aquellos que quisieran concurrir a la cita: se formaba una larga cola durante la noche y se desarrollaba una febril actividad. No podemos hablar aquí de satisfacción por parte de la chica de deseos sexuales, o de necesidad de afecto, cariño, compañía. De lo que se trata en estos casos es de todo lo contrario, de negar la necesidad de relaciones afectivas, de negar su dependencia de otra persona para satisfacer sus necesidades, sean estas afectivas o sexuales. En esa multitud lograba un control omnipotente en relación a los otros: su dependencia de otra persona, su necesidad de afecto, la había transformado en una actividad sexual para la cual había una multitud. De esta forma no experimentaba carencias, le no faltaba nada, el otro era transformado en algo impersonal, indiscriminado, no era el chico que le gustaba, del cual podía enamorarse, el cual podía abandonarla, no era Juan ni Pedro, era un pene, y penes hay muchos y si éstos no faltan, no se sentirá carenciada. Lo mismo pasa con el alcoholista: la mamá, el vínculo afectivo con ésta, es reemplazado por una botella con la cual el sujeto puede "mamarse", y esta botella de alcohol puede conseguirse fácilmente. El consumo ocasional y social no nos enfrenta a un cuadro de adicción. Éste se caracteriza por el despliegue sin límite ni freno del empuje interno, donde la cualidad de lo agradable desaparece a favor de la compulsión en la que despunta la autodestrucción y la condición necesaria es la existencia previa de una personalidad a la que podemos caracterizar como adicta. Sobre la base de una estructura personal adicta pueden concretarse una o diversas manifestaciones de la adicción. El por qué un individuo elige una entre distintas adicciones responde a una determinación compleja. Vivimos en una cultura hedonista que trata de alejar los aspectos dolorosos de la existencia, es así que ante dificultades para conciliar el sueño, contracturas, cefaleas, trastornos de la alimentación y otros, se busca una urgente desaparición a través de medicamentos: antinflamatorios, sedantes y analgésicos que no son considerados adictivos por su consumo generalizado, habitual, y que conjuntamente con el tabaco y el alcohol, los convierte en los más accesibles. La receta de sedantes y somníferos suele desencadenar conductas adictas al otorgar alivio a estados de ansiedad; es así, que una persona me consultó porque hacía catorce años que tomaba Trapax. Un paciente drogadicto me comentaba que en su familia se ofrecía Lexotanil como si fueran pastillas de menta, y éstos no constituyen casos excepcionales. Por ello, tenemos que tener en cuenta la oferta social que se le hace al adicto, la promoción de determinadas drogas. La facilitación social del alcohol, sedantes, los convierten en los más accesibles. En los últimos años, la oferta de marihuana y cocaína ha aumentado, lo podemos comprobar a través del decomiso de droga que se produce, que se calcula que es sólo un 10 % de la que se introduce en el mercado y por el crecimiento de consumidores que buscan tratamiento. No pasará mucho tiempo y la heroína será otra preocupación nuestra. Pero también es cierto que el consumo de tabaco y de alcohol constituyen adicciones socialmente aceptadas cuyas consecuencias son y serán por muchos años las más graves para la salud de la población. Cabe hacer una distinción muy importante: el consumo esporádico de alcohol, marihuana, cocaína, no nos enfrenta a un cuadro de adicción. Mucho menos si este consumo ocasional se realiza en reuniones familiares o de amigos. En estos casos, las personas buscan una sensación de alivio y placer en las relaciones con los demás, no reemplazan personas por drogas. Muchos sujetos, sin depender de las drogas, pueden eventualmente consumirlas para olvidar penurias y lograr un momento de placer. Además, evitar el dolor es una característica de la sociedad posmoderna; si su único ideal es el de prolongar la juventud, la enfermedad, la muerte y el sufrimiento se convierten en un sinsentido que desmiente la omnipotencia narcisista posmoderna. En esta misma línea podemos observar los esfuerzos de la medicina para evitar el sufrimiento; hoy día existen clínicas y especialistas para tratar el dolor. Geberovich (1984) formula que la drogadicción es un manifestación de la posmodernidad, y que se instala con perfiles preocupantes a finales de la Segunda Guerra. Según este autor, la visión posmoderna reemplaza la carencia por el vacío, y este vacío pretende ser llenado protésicamente con objetos de consumo o con drogas. "En efecto, la muerte, la inadecuación del objeto de la demanda de amor, la diferencia de los sexos, los orígenes, la deuda, los ideales y sus fracasos, lo prohibido y lo imposible, en pocas palabras, lo que constituye al objeto como carente está hoy disfrazado como vacío narcisista, capaz de ser reemplazado por prótesis y por objetos efímeros. No existe ninguna insatisfacción, ni dolor, ni angustia que tenga sentido; al contrario, se vuelven insensatos, reducidos al silencio por una saturación de los sentidos." Para este autor, algunos individuos huyen del vacío consumiendo objetos y otros lo hacen consumiendo drogas. También la gravedad de muchos de esto cuadros nos invita
a pensar que la autodestructividad, el imperio de Tánatos
le gana la partida a la pulsión de vida representada por
Eros. Más tarde o más temprano la mayor parte de
los drogadictos pierden a sus amigos, a su familia, a veces padecen
graves accidentes o tienen serios problemas con la ley. Los intentos
espasmódicos de salvarse, son de ordinario fallidos por
la profunda desesperación que embarga al adicto. Para éste,
cualquier persona o institución que pretenda quitarle el
hábito, significa sustraerle el único alivio que
tiene a su intolerable sufrimiento, aunque tenga que pagar caro
por ese alivio. Pero en la ingestión de drogas hay algo más que el mero deseo de evitar el dolor y buscar un estado placentero. Lo que nos importa aquí es examinar el fenómeno autodestructivo, la irresistible atracción una y otra vez a consumir excesiva cantidad de droga. La drogadicción la consideramos como una tendencia tanática, suicida, en cuanto implica la abolición del pensamiento que hace de nosotros individuos con características propias, singulares, diferentes a otros. Si se pierde la posibilidad de pensar, de evaluar la realidad, nos abolimos como sujetos psíquicos. Freud nos ha señalado la batalla incesante en que se encuentra Eros para neutralizar a Tánatos. Y es que en este combate constante Tánatos es poderoso, es la pulsión que lucha por librarnos no sólo de los dolores y las desventuras del vivir, sino de todo los estímulos que nos acicatean, que nos excitan, que nos reclaman una acción para desprendernos de ellos y dejen de molestarnos. ¿Y qué resultado más drástico, más completo que la muerte para evitar toda perturbación? La muerte nos atrae como el canto de las sirenas a Ulises, representa la posibilidad de eliminar todos los estímulos, de encontrar una paz sin igual. Si del lado de la vida podemos encontrar el placer, del lado de la destrucción de la misma podemos encontrar la embriaguez del goce. El suicidio, accidentes, muchas enfermedades orgánicas y psíquicas, el alcoholismo, tabaquismo, la adicción a drogas, la obesidad, son manifestaciones en unos casos tímidas y en otros dramáticas de la actuación de la pulsión de muerte. Resumiendo una evolución normal implica necesariamente el desarrollo en el sujeto humano de la capacidad de espera, de tolerancia hacia los aspectos frustrantes, dolorosos y desagradables de la realidad y la conciencia de que desde los inicios de la vida, hasta los últimos momentos de la misma, dependemos para nuestro bienestar de otros seres humanos. Este desarrollo se logra mediante una adecuada maternización. Si la ansiedad de la madre en sus deseos de complacer al bebé es muy intensa, puede caer en la tiranía del mismo, tratando de evitarle la frustración que lo llevaría al reconocimiento de un mundo fuera de sí, el mundo del no yo, de la realidad. Este exceso de dedicación ayudaría a cristalizar en el sujeto humano la idea de que el mundo gira alrededor de él y esa percepción omnipotente de sí mismo le impulsará a repudiar la realidad en sus aspectos dolorosos, recurriendo a todos los medios a su alcance para evitar el sufrimiento. Si por el contrario, hay un desinterés muy marcado de la madre hacia su hijo, la privación reiterada, las esperas demasiado prolongadas para lograr alivio, pueden crearle al individuo la idea de que el mundo del no yo, de la realidad, provoca tanto dolor, es tan insatisfactorio, es tan cruel, que tiene que crearse un mundo particular, donde puede manejarlo todo de manera omnipotente y borrar la realidad donde solo se encuentra sufrimiento. O asea, que tanto la modalidad sobreprotectora y ansiosa, como aquella distanciada y desinteresada favorecerían el desarrollo de los aspectos omnipotentes infantiles con su consecuente negación y repudio de la realidad, Estas personalidades pueden buscar y encontrar un alivio en el consumo de drogas. No olvidemos que el uso de drogas por parte del hombre se remonta a una antigüedad desconocida. Sabemos que ya desde la época de los comienzos de la escritura, hace unos 5.000 años, las drogas acompañan al hombre en su camino.
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