DOMINGO CARATOZZOLO
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Nadia
Domingo Caratozzolo

Tenía seis o siete años, mi primita era de la misma edad y jugábamos juntas. Me acuerdo que la primera vez llevábamos calzas de colores que mi tía nos había comprado. Las mías eran de color naranja y las de Andrea blancas.

Mi tía y su marido vivían cerca de casa y venían seguido, mi tía es hermana de mi mamá y el esposo de ella es mi padrino. Ellos no tienen hijos y su situación económica era desahogada, mucho mejor que la nuestra, porque mi mamá tenía que limpiar casas para ayudar a mi papá.

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Y de repente todo se volvió rojo y negro
Domingo Caratozzolo

Era un mediodía de julio muy frío, el día anterior había llovido, pero con frío o con calor nos preparábamos para festejar. El abuelo estaba decidido, pues como él decía esta sería la última vez que vería a Boca salir campeón; a mí me asustaban esas palabras que anunciaban su muerte, también en las navidades lo repetía, que quería disfrutar sus últimas fiestas con nosotros. Íbamos a salir con el Rastrojero de los vecinos, que para la ocasión habían colocado banderas a ambos costados. Los chicos improvisamos tambores con latas que habíamos acondicionado para la ocasión y las tapas de las ollas nos servirían de platillos.

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Eva
Domingo Caratozzolo

Sólo deseaba cruzarlo en la calle y hablar con él. Se daba cuenta que cada vez que salía intentaba descubrir su mirada en cada rostro; es más, nunca había caminado tanto como lo hacía ahora, a cualquier hora del día o de la noche encontraba alguna excusa para salir a buscarlo. Agotados ya los circuitos por ella conocidos, se dedicaba a recorrer barrios extraños siempre con la esperanza de encontrarlo...

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Nicole
Domingo Caratozzolo

Ahora ya operado sería realmente lo que siempre quiso ser: una mujer. Sonreía pensando que cara pondría su padre si hubiera vivido para saberlo. El pobre, bastante ignorante, trataba inútilmente de torcer una elección temprana. A decir verdad, nunca se había sentido un niño, no hablemos de hombre pues cuando pudo serlo ya su destino estaba decidido. El padre se ponía como loco tratando de desviarlo de su camino; sus grandes manazas se ponían rojas de tanto pegarle, como si de un castigo dependiese que él se convirtiera en hombre. Se desesperaba cuando le veía jugar con muñecas, cosiendo el vestuario para ellas

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Olga
Por Domingo Caratozzolo

El roce terrible de las cadenas nos martirizaba a cada paso que dábamos, si el frío era insoportable, las cadenas constituían una tortura indescriptible. Cada movimiento de los pies causaban una fricción dolorosa de ese hierro sobre una piel lastimada y la nieve remataba el sufrimiento quemando esa herida en la lenta marcha por ese camino blanco en un horizonte blanco donde una larga caravana de seres sin nombre desfilaba sin descanso.

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Rodríguez
Domingo Caratozzolo

Era un verano tórrido como tantos otros que había padecido en Buenos Aires, pero, como sucede año tras año, el actual nos parece siempre peor, más caluroso, más húmedo, más insoportable que los anteriores. María ya estaba en Pinamar con los chicos. Pudimos comprar un departamento para las vacaciones escolares; si bien nuestra vivienda es un poco más grande, allí los chicos pasan el día en la playa, mientras aquí están aburridos, molestos, se pelean todo el día y María está histérica.


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SCOTTSDALE
Domingo Caratozzolo

El bus era un verdadero infierno. El sol ardiente del desierto achicharraba su cubierta metálica. Ni el paisaje, ni la gente tenían nada que ver con la ciudad que había dejado atrás; Los Ángeles parecía estar a siglos de distancia de ese desierto hinóspito cuya monotonía sólo era quebrada por los saguaros, esos cactus gigantes que eran los únicos indicios de vida. Kilómetros y kilómetros (que para ellos eran millas) sin cruzarte con una persona, un perro, un pájaro.


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Sólo un sueño
Domingo Caratozzolo

No sabía si fue el despertador o un sonido de sirenas que interrumpió su sueño, de todas formas el café-despertador indicaba que su desayuno estaba listo. Se desperezó, desayunó y se dirigió a la computadora. Su trabajo diario había comenzado, apenas tenía un lejano recuerdo de aquellos días en que su padre concurría a realizar sus actividades fuera de su casa, afortunadamente no necesitaba trasladarse, podía resolver cómodamente desde la misma todas las tareas que le asignaba su oficina, una vez terminadas, enviaba ese material al centro de datos y le remitían la labor para el día siguiente


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La viuda de Pérez
Domingo Caratozzolo

Cuando llegó a su casa esa mañana soleada, se sentó desconsolada a los pies de su cama y miró en el espejo de la cómoda su rostro evidenciando el dolor y el cansancio de las últimas semanas con Pérez. Al rostro lo continuaba el vestido negro como presagiando la oscuridad de su futuro en soledad. A sus 50 años tenía que enfrentar su existencia sin estar acostumbrada a ello. Los hijos que en su momento monopolizaron su interés y atención, habían encontrado sus destinos lejos de casa. Sufrió mucho cuando se fueron, pero su vida continuaba atendiendo a Pérez. Ahora que él murió, se encontraba sin objetivos, sin razones para vivir.

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