DOMINGO
CARATOZZOLO
|
Home
|
Monografías | Libros | |||
La pareja puede establecer su vínculo a través del amor. El amor implica respeto hacia el compañero, hacia sus relaciones, sus intereses, sus inquietudes, su trabajo, sus amistades y su esparcimiento. El que ama permite al objeto de amor su pleno desarrollo en libertad; su conducta hacia el otro está orientada a que éste pueda desplegar todas sus potencialidades. Pero la pareja puede relacionarse con la violencia; aquí los contenidos tienen que ver con los celos y la posesividad. En lugar de libertad: sometimiento y esclavitud; el amor es desalojado para dar paso al control y la violencia. Un observador profano puede concluir fácilmente que esta pareja ha elegido erróneamente y está pagando las consecuencias de su desacierto. Pero el amor no es ciego, las parejas que se relacionan violentamente no se han equivocado. Lo que sucede es que en un gran nmero de casos, la elección establece una contradicción entre dos sistemas: mientras el sistema conciente aspira a otro ideal de pareja, el inconciente está comprometido en este tipo de vínculo. De este modo se instala un conflicto -como en tantos aspectos de la vida psíquica- a resolver.El resultado será la consecuencia de la fuerza relativa de ambas tendencias. Si bien la violencia física es la que causa mayor impacto, la violencia psicológica no es menos dañina: desprecio, desvalorización, denigración, burla, hieren tanto o más que los golpes. Violencia que embriaga y clausura la vida de la pareja. Celos posesivos para excluir todo aquello que ose interrumpir y perturbar la unión, negación de toda terceridad vivida como amenaza a la unicidad de la pareja, ya se trate de familiares, amigos, trabajo, amistades o simplemente aficciones. Los partícipes de la relación violenta quieren terminar con su vida individual, desaparecer como entidades independientes, eliminar todos los vestigios de vida propia, fundirse en un solo ser. La emergencia de componentes sadomasoquistas y de celos posesivos constituyen una " vía regia" para ocupar todo el espacio psíquico de los miembros de la pareja. La agresión se convierte en un arma, en un medio para penetrar en el otro y poseerlo, un instrumento privilegiado para excluir a todo tercero. Una pareja envuelta en una relación violenta, con el desborde emocional consiguiente, está entregada en alma y vida a ese vínculo que en un movimiento centrípeto lleva a la fusión de sus protagonistas; el mundo desaparece, sólo ellos dos y el abismo. La violencia como componente "fuerte", "de peso", integra a la pareja mucho más de lo que sería capaz de hacerlo el amor, convirtiendo a dos en uno, constituye un ligamen de características únicas en cuanto a las emociones que moviliza y la intensidad de las mismas. ¿Qué vínculo puede ser más fuerte, más excitante que el violento?. El odio hacia el objeto implica una relación con el mismo que es tanto o más fuerte que el amor, la desvinculación del objeto y del sujeto se relaciona con la indiferencia, con la no catectización, ya sea en las expresiones de libido o de agresión, pues tanto Eros como Tánatos son portadores de vínculo, de relación, de cercanía con el otro. En la pareja violenta el odio mantiene una fuerte ligazón entre sus participantes. A través del par sadomasoquismo se revela lo oscuro y tenebroso de ese goce que se solaza queriendo quebrar los límites del objeto y hundirse con el mismo en una experiencia de unicidad narcisista. Es este un intento del sujeto de alejarse de sus sensaciones de soledad, del dolor de sus duelos no elaborados: la pérdida del seno materno en el nacimiento, del pecho en el destete, de la infancia, de la completud bisexual. En este afán de negar sus límites, busca fusionarse en otro con quien alcanzar el ideal narcisista de completud y omnipotencia que existió en el pasado: esa completud imaginaria del niño con su madre. Ser único y completo. El individuo lucha sin sosiego en la búsqueda de una perfección ilusoria que jamás podrá alcanzar. Si la finalidad es ocupar el espacio mental del otro, la violencia constituye la herramienta privilegiada para el logro de ese objetivo: penetrar en el otro, invadirlo, expulsar aquello que no es lo propio, convertirse en " contenido " (psíquico) del otro al que podemos considerar como "continente". Así como la madre, fusionada con el feto lo "traslada", lo lleva dentro suyo donde quiera que vaya, el partícipe de una pareja violenta busca ese estado de indiferenciación prenatal, de unicidad, en el intento de restituir ese estado primario, el reencuentro con la morada prenatal, esa antigua perfección narcisista. En la oposición entre "continente" y "contenido" debemos tener en cuenta el papel desempeñado por la identificación con el otro en el fantasma. Así como "un sádico es siempre al mismo tiempo un masoquista ", en la pareja violenta,"el continente es siempre, al mismo tiempo, el contenido". Ambos buscan la fusión para constituir nuevamente su propio ideal narcisista. Quienes integran estas parejas tienen perturbada su capacidad de amar; intentan capturar al otro, poseerlo de manera exclusiva, introducirse en el objeto para habitarlo y parasitarlo. "No puedo vivir sin ella", "con todo lo que le doy no necesita nada más", "preferiría morir antes de perderlo", "vivo para él", frases que remiten al empeño a muerte por alcanzar el goce absoluto de la posesión del otro. El torbellino de emociones presente en esta relación se lleva al límite y proporciona la sensación engañosa de vivir intensamente y amar profundamente; confunden la excitación con el amor. Para mantener la tensión recurren a nuevas fórmulas, acentuando gradualmente el clímax vincular. La aventura es cada vez más intensa, las emociones puestas en juego más primitivas, los peligros mayores. Paulatinamente se producen actuaciones con mayor compromiso emocional que implican serios riesgos para sus actores. Los casos extremos son aquéllos que aparecen en las crónicas policiales:" crimen pasional, mató a su esposa y luego se suicidó". Este tipo de "amor" está muy emparentado con aquel gran primer amor -el amor a la madre-, y por esto tiene muchas de sus características: la convicción de que es único, de que con él podrá lograrse el sumun del goce y que la unidad con el amado es posible, necesaria y suficiente para la vida del sujeto. Así, el objeto de la pasión pasa a convertirse en único, irreemplazable y necesario para la subsistencia, pues en verdad madre hay una sola. En la pérdida del objeto va la vida del sujeto. El enamoramiento, aquella pasión amorosa que revive la fusión propia de los primeros momentos de la vida, derriba los límites, aseverando que yo y tú somos uno. Esta irresistible y desmesurada atracción por el otro, constituye una repetición del vínculo originario del niño y la madre. Apogeo, cúspide de la relación narcisista, es pleno en vivencias de perfección. En la exclusividad de los amantes se encontrará la completud que subyace nostálgicamente. La mayor parte de las veces el enamoramiento da paso al amor, sentimiento más tibio que aquél. En las parejas violentas, la pasión de los enamorados en lugar de enfriarse es recalentada. La pasión incluye el sufrimiento y el dolor, y un anhelo inconmensurable de desear siempre más del otro, siempre más de lo que da y aún de lo que está dispuesto a dar. Estilo turbulento de la pasión en el cual la lucha, el drama y el dolor realimentan la ilusión de que ése es el verdadero amor. Ser todo para el otro, cerrar las ventanas al mundo, convertirse y convertir al otro en parte de uno mismo como intento de regresar a la Tierra Prometida, al Paraíso perdido donde todas las necesidades eran satisfechas automáticamente y no existÌan amenazas del mundo externo. O regresar al momento que le sigue: completar el universo de los padres, reinado de omnipotencia y completud. La pasión no admite competencia ni participación de otros en la vida del objeto de la misma. No basta ser un objeto privilegiado para el otro, la pretensión es imponerse como único. Si el otro de la pasión se resiste al control y a la posesividad es inmediatamente acusado de falta de amor: "si no te importa lo que yo pienso, es que no me querés ", "lo que pasa es que no sabés amar"; "aquí la única persona que se entrega soy yo"; "en esta relación soy el único que está remando"; "yo doy, doy y no sabés corresponder". Estas acusaciones se pueden resumir en una fórmula sencilla: "si me querés, tenés que hacer, decir, pensar y sentir lo que yo quiero que hagas, digas, pienses y sientas." Es cierto que todos deseamos ser reconocidos, que se interesen por nosotros, que nos amen. Pero si reclamamos la exclusividad del amor del otro, estamos en el campo de las relaciones pasionales: "mamá es mía". La posesión exclusiva del otro calmaría la ansiedad de separación del seno materno primero y más tarde la separación de los brazos de la madre. Esta posesividad lleva implícita la violencia de la demanda y el sometimiento a su desmesura. Este ejercicio de la violencia nos introduce en el campo de las relaciones sadomasoquistas. La relación pasional está caracterizada por obstáculos que se superan, una lucha continua y dolor, pues la pasión incluye necesariamente el sufrimiento . Es sufrir las sorpresas, lo imprevisible, las maniobras, la inestabilidad de una relación constantemente conmovida por distintos sucesos. Relación de una exaltación tal, de una fuerza y perentoriedad, de una intensidad, que no puede ser igualada por un amor tranquilo y estable. Estilo turbulento de la pasión: la lucha, el drama y el dolor mantienen la ilusión de que ése es el verdadero amor. Las parejas violentas son parejas pasionales; sadomasoquistas, pues buscan lograr una unidad con el objeto primario que sólo pueden conseguir con la violencia hacia el otro. Relación sadomasoquista en la cual los roles pueden ser fijos o intercambiables; complementarios o simétricos. Relación sadomasoquista en la cual el sádico se identifica con el masoquista en su dolor y el masoquista con el goce del sádico. Relación fusional con el objeto primario materno en la cual los participantes asumen los papeles de madre e hijo de manera fija o intercambiable, pero en la cual ambos actores se identifican con el bebé o el feto de la díada. Sujeto y objeto del vínculo, persiguen con inusitada intensidad la fusión con el objeto del pasado, esa búsqueda del paraíso perdido. Pero ese intento de fusión, de confusión con el objeto que es un fenómeno típicamente narcisista, está amenazado por la triangularidad que se convierte en un peligro obsesivo generador de celos. Triangularidad que marca la entrada del padre, que, cumpliendo su función de padre-partero, produce el corte que separa al hijo de la madre, rompiendo la unidad madre fálica-hijo narcisista. El sujeto pasional rechaza la triangularidad, el sujeto de la pareja violenta necesita la exclusividad del objeto, su disfrute sin barreras y sin límites; quiere convertirse en su dueño, ejercer sobre él un dominio absoluto, poder disponer del objeto como una pertenencia y para ello debe excluir al rival edípico. Toda otra relación constituye un peligro, una amenaza a esa unicidad buscada, a esa comunión con el otro que le presentifica esa relación fusional tan especial que tuvo con su madre, aún antes de los albores de su vida. Esta relación pasional implica una insistencia en una sola persona, en un objeto único que es el depositario de toda esa inclinación compulsiva, el deseo de posesión centrado en el otro. Si bien en la vida esta pasión puede cambiar de objeto, éste siempre va a ser único, se va a sentir como irreemplazable. El destinatario de este desborde emocional, sujeto prisionero del mismo deseo y del mismo sino, partícipe fascinado de este vértigo, acepta la apuesta pasional, también él, hambriento de emociones. Estos acontecimientos, estas vivencias de alto voltaje, la presencia de la lucha, el drama y el dolor les hace creer que se encuentran con el verdadero amor. El hombre, harto de soledad y hambriento de emociones, se envuelve en un movimiento centrípeto con el otro, pretendiendo aislar del mundo ese vínculo que él cree ilusoriamente que lo completa. Este
espacio único, no compartido de la pareja, este lugar de
pérdida de los límites individuales y de fusión,
pretende homologarse a otro ya perdido, a la diada de las primeras
satisfacciones, a la reunión con la madre. La pareja se
encuentra impelida a ese encuentro que colmaría todas sus
expectativas y realizaría todos sus deseos. La libido narcisista
extender sus brazos, ávidos de relación emocional,
para rodear y encerrar al otro, tan deseoso como él de
arder y vibrar. Convocados a la expresión de las pasiones,
a la liberación de las emociones postergadas, al encuentro
lleno de promesas, el lobo ciudadano de la jungla de cemento atrapa
a su presa para incorporarla canibalísticamente. Narciso
captura (y es capturado por) su presa a la que somete, a la que
impone servidumbre, a la que considera su posesión y a
la cual reclama una entrega total e incondicional. Cree encontrar
al otro del paraíso perdido, al de la diada infantil al
cual él también promete el compromiso total. Narciso
" ama con locura ".
|